
Hoy estaba esperando al bus, pensando cómo sería mi vida una vez me iluminase. Sí, supongo que la mayoría de la gente no piensa estas cosas, pero mi mente es así. Me imagino a mí mismo como un remanso de paz y calma, viviendo una vida tranquila en el campo o las montañas, como los viejos ascetas chinos...(ya, ya lo sé).
El caso es que mientras pensaba esto, me di cuenta de que, aunque una parte de mí lo desee mucho, no creo que me vaya a hacer el ermita a las montañas. Seguramente acabaré dando clases en la universidad o de investigador científico, tendré una familia y todo eso, y viviré en mitad de la plaza del mercado. Mi vida no se va a volver más bonita de lo que ya es. No voy a meditar a la luz de la luna mientras los pájaros se posan sin miedo en mis hombros. No va a sonar una suave música chill-out mientras miro al infinito. No voy a decir frases chulas de esas que dicen los sabios mientras sorbo mi té en mitad del bosque. Mi vida no va a ser una película, y yo no voy a ser Yoda o Miyagi o alguno de esos. Me tendré que levantar por las mañanas para coger el bus, recoger a mis hijos del cole, viviré malas épocas en el trabajo y alguna vez andaré corto de pasta. Muy mundano todo. Y de eso se trata, ¿no? Pero, inconscientemente, hasta hoy estaba enfocando la práctica como si mi vida fuese a ser más mística-guay en el futuro. Y eso es un error.
Ahora podré disfrutar de los 10 minutos de más que tengo que esperar al bus porque ha habido un atasco en la M-30, o de salir corriendo de casa porque no llego a clase, o de lo que sea que me toque. Porque con eso es con lo que voy a vivir. Y, en realidad, está bastante guay. No es tan romántico*, pero qué le vamos a hacer.
* De todas maneras, creo que las cosas parecen mucho más románticas desde fuera, y que a un asceta chino su vida le parecerá tan mundana como para mí coger el bus...