Uno de los momentos más chulos de la meditación es cuando acabas. Dejas de pensar en el tiempo, en lo que falta, en jhanas, en Nibbana, y te das cuenta de que llevas una hora sentado casi sin moverte, que el dolor de las rodillas no es para tanto, y que las manos se sienten raras cuando hace tiempo que no las mueves.
Abres los ojos y ves que ha anochecido mientras estabas meditando, y sonríes como si nada más importase en el mundo.
Luego te levantas y, tarde o temprano, vuelves a la vida normal, pero otra vez vuelves a sentarte y ahí está, de nuevo, el momento después.
Buena sentada.
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