domingo, 21 de octubre de 2012

Nuestra naturaleza original

Siéntate en el cojín, hasta que se te caiga el culo y no sepas decir dónde acaba uno (el culo) y dónde empieza el otro (el cojín). Inspira y espira, una y otra vez. Deja pasar el mundo a través de tí. No te aferres a nada. 

Cuando lleves haciendo esto un tiempo, es probable que empieces a experimentar tu vida de otra manera. El cambio será sutil. Quizás ni siquiera te des cuenta de que está ocurriendo, hasta que eches la vista atrás.

En el mundillo budista, ese cambio de percepción se conoce a veces como despertar "a tu naturaleza original", o también "a tu naturaleza búdica". Estás empezando a ver, dicen, "la verdadera esencia de tu mente". 

Todo eso está muy bien. Es una manera poética de referirse a los efectos de la práctica. Y si se queda ahí, no hay ningún problema. El problema empieza cuando se toman estas metáforas como si fuesen "la Verdad" (así, con mayúsculas), y empezamos a oír frases como que ese es el estado con el que nacemos, la naturaleza real del universo, la realidad última, la consciencia infinita que nos une a todos y de la que todos somos parte. Que solamente se trata de disfrutar de la vida tal y como la Naturaleza pretende de nosotros y que el hombre está hecho para amar a todo el universo.

Pero, ¿es así? ¿Realmente es así? Comprobar si ese es el estado natural de la mente es sencillo de ver: deja de meditar un par de meses y verás qué ocurre. ¿Puedes llamar "natural" a algo que se va tan rápidamente? Mi experiencia es que esa "naturaleza original" solo aparece y se mantiene con un trabajo constante detrás, y que el trabajo no acaba nunca. No vale quedarse quietos. No vale dormirse en los laureles. 

Cuestiónalo todo. No te aferres a nada. Sigue poniendo en duda hasta tu más pequeña creencia. Destripa tu mente hasta que no quede nada. Y repítelo, una y otra vez. No te confíes. No hay nada de natural en esto.

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